viernes, 15 de noviembre de 2019

17 Vilafranca del Penedés, marzo

Durante las semanas posteriores al crucero, seguimos con la rutina de todos los días..

Los tratamientos cada quince días, unos pinchazos en las venas que cada vez acercaban más el momento en el que éstas ya no dieran más de sí.
 Una dependencia emocional de ella hacia sus hijos, que yo siempre tenía la impresión de que no era en absoluto correspondida; larguísimas charlas con su hermana Clara Inés y con Eduardo; el resto de sus hermanos permanecía indiferente ante la enfermedad

Y, porque no decirlo, una situación con mi madre, que parecía deslizarse hacia un mal desenlace. Su salud no dejaba de decaer, y sobre todo estaba deprimida y triste por estar mucho tiempo sola; y al mismo tiempo no querer a nadie que la acompañase, lo cual me dejaba en una situación de muy dificil solución, y lentamente empecé a notar que ella empezaba a perder vista de un ojo, por la catarata que tenía pendiente de operarse (y que no podía hacerlo ya que el corazón no habría dado de sí para el esfuerzo operatorio). Todo ello me generaba una pendiente de preocupación creciente que parecía aumentar dia a día

Susana, posiblemente consciente de ello, se esforzaba por que saliésemos de la rutina como fuese. Una de las maneras era, cogiendo un tren los sábados o los domingos, en Plaza Cataluña y de ahí hacer una salida aunque fuese de unas horas para desconectar. Para ella era también una manera de reconectar con su rutina normal,  anterior a la enfermedad, de coger trenes y salir de casa.. Nunca se lo reconoceré bastante, porque realmente era muy útil... Aunque a veces daba un resultado un tanto surrealista





El sábado 11 de marzo por ejemplo, decidimos en la estación un destino para tomar. Le sugerí Vilafranca del Penedés, donde se podía visitar el Museu del Vi. Llegamos a mediodía, comimos en un restaurante céntrico y llegamos a la puerta del Museo... para encontrarnos que estaba cerrado hasta las 16 horas. Susana trajo su asiento portátil y se sentó en la puerta para esperar mientras yo estaba haciendo fotos de la zona.

No dejó de chatear de manera compulsiva, como llevaba semanas haciéndolo. Creo que era para evadirse de un temor que se empezaba a dibujar en el horizonte y es que quizá la enfermedad no retrocedería. Ella además ya notaba de manera fehaciente un cansancio permanente que le obligaba a sentarse constantemente, algo que indicaba una pérdida de facultades , aún leve pero notoria.

Además, desde hacía unas semanas le había comunicado una amiga suya, Marta Teixidor, que su coche, que ella tenía aparcado en su puerta, el Ayuntamiento al parecer lo iba a considerar abandonado y retirarlo como chatarra. Esto le causó una profunda tristeza. Su coche, un Ford K violeta, había sido su compañero infatigable de la época anterior a la enfermedad, y perderlo o renunciar definitivamente a él le causaba una gran tristeza, que como siempre se esforzaba en ocultar.

Todo ello hacía que a veces se comportase de manera notoriamente excéntrica, como este día. Después de casi tres cuartos de hora esperando en una plaza vacía a que abriesen el museo, de repente me dice que a toda prisa  quiere que nos vayamos, e incluso rápidamente a casa. Eran las cuatro menos un minuto.

Después nos reímos por lo estrambótico y surrealista de la situación. Viajar a cerca de 100 km de Barcelona para ver un museo, y un minuto antes de que abriese marcharnos a toda prisa.

Así era mi amorito, pero también, así eran sus temores y miedos que empezaban a hacerse latentes y que irían en aumento


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