De nada sirvió mi insistencia en tratar de convencerla de que , si no quería hacerme caso y dosificar tales esfuerzos, que tampoco fueron en absoluto agradecidos por su familia, ni antes ni después , que al menos dosificase esos viajes por su salud, que yo intuía que se dirigía a toda marcha hacia el desastre. Todo en vano

En esa fecha de noviembre para desconectar de estos problemas pasamos la tarde, al menos sin comprar para su familia, en la tienda de artículos navideños que se encontraba en la calle Petritxol justo enfrente de nuestra casa. Allí Susana se sintió feliz como una niña, admirando todas las casitas, pesebres y artículos navideños de la tienda que sin duda la hacían sentir la nostalgia por una infancia que nunca pudo vivir.


Eso sí, alguno de esos adornos, para mi sorpresa, los reservaba para ponerlos en nuestra casa, algo que para mí resultaba casi sorprendente, pero que los ponía cuidadosa y amorosamente:
Esos días sin embargo tuvieron para mi un cierto motivo de tristeza pero también de alarma. Me planteó si yo podía ayudarla económicamente para comprar una de estas casitas, -de hecho me pidió dos, una para cada nieto- ya que ella después del dineral que se había gastado en regalos para su familia ya estaba sin dinero. Allí yo sospeché que todo lo que había obtenido con la pésima venta de su apartamento en Pals ya no existía o estaba prácticamente agotado. Aún no podía estar seguro, como ahora lo estoy, que la verdadera causa de esa gran pérdida económica fue el hecho de haber entregado a sus hijos decenas de miles de euros, para aparentemente garantizarse la compra de su afecto durant eel verano 2016, Yo no acepté entre otras cosas porque ya tampoco podía permitírmelo, y de hecho tampoco quería. Su familia me resultaba cada vez más desvergonzada y manipuladora.

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