viernes, 8 de noviembre de 2019

Noviembre 16 Llega la navidad






El 15 de noviembre de 2016, Susana estaba decidida a hacer el tercer viaje del año a Colombia en los últimos seis meses. Esto suponía que acabaría el año con casi 55.000 kilómetros a sus espaldas, estando enferma, y lo peor de todo, con un tratamiento que al menos en teoría parecía inminente que dejase de ser efectivo.

De nada sirvió mi insistencia en tratar de convencerla de que , si no quería hacerme caso y dosificar tales esfuerzos, que tampoco fueron en absoluto agradecidos por su familia, ni antes ni después  , que al menos dosificase esos viajes por su salud, que yo intuía que se dirigía a toda marcha hacia el desastre. Todo en vano

Para el viaje de navidad de 2016, la hermana que al año siguiente le echaría en cara que "Usted mató a mi mamá", abandonándola en la calle,  le planteó llevar una gran cantidad de chaquetas para toda su familia en la tienda Decathlon. Yo quedé atónito ya que ese cargamento, que era realmente podía interpretarse como una exportación de productos textiles para su venta, en la aduana, le obligó a dejar prácticamente la mitad de su equipaje en casa.

En esa fecha de noviembre para desconectar de estos problemas pasamos la tarde, al menos sin comprar para su familia, en la tienda de artículos navideños que se encontraba en la calle Petritxol justo enfrente de nuestra casa. Allí Susana se sintió feliz como una niña,  admirando todas las casitas, pesebres y artículos navideños de la tienda que sin duda la hacían sentir la nostalgia por una infancia que nunca pudo vivir.

Las visitas a las ferias de belenes eran también motivo para ella de ilusión, pero también de gasto, fascinándose por todo, desde Santa Claus articulados que escalaban ventanas o bailaban, a todos los adornos  imaginables



Eso sí, alguno de esos adornos, para mi sorpresa, los reservaba para ponerlos en nuestra casa, algo que para mí resultaba casi sorprendente, pero que los ponía cuidadosa y amorosamente:


Esos días sin embargo tuvieron para mi un cierto motivo de tristeza pero también de alarma. Me planteó si yo podía ayudarla económicamente para comprar una de estas casitas, -de hecho  me pidió dos, una para cada nieto- ya que ella después del dineral que se había gastado en regalos para su familia  ya estaba sin dinero. Allí yo sospeché que todo lo que había obtenido con la pésima venta de su apartamento en Pals ya no existía o estaba prácticamente agotado. Aún no podía estar seguro, como ahora lo estoy, que la verdadera causa de esa gran pérdida económica fue el hecho de haber entregado a sus hijos decenas de miles de euros, para aparentemente garantizarse la compra de su afecto durant eel verano 2016,  Yo no acepté entre otras cosas porque ya tampoco podía permitírmelo, y de hecho tampoco quería. Su familia me resultaba cada vez más desvergonzada y manipuladora.







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